Un imaginario, de una de las zonas más
típicas y tradicionales de la capital Colombiana, percibida desde otro punto de
vista…o mejor sentida y escuchada por un invidente:
Las estridencias, los chillidos rompen
el sonido de fondo que se extiende como un continuo murmullo, decadente y
natural por todos los rincones. Todo un universo auditivo contenido entre los
pasajes de la calle 10 - en pleno corazón de Bogotá - y que los desborda
tomándose las calles aledañas como un inmenso río sonoro. Música de la
naturaleza; voces que pregonan por igual los productos del hombre y la arcilla
de los alfareros. El ritmo frenético del trabajo se respira en todo el ambiente, en
todas las notas y vibraciones; hachuelas que repiquetean desgarrando huesos y cartílagos, el trajín de los
habitantes de la calle que bullen como hormigas por todos los rincones e
impregnan con sus vivencias el ambiente;
el olor de los alimentos entremezclado con la contaminacion del transporte
urbano y los pachulís del pasaje de vargas se revuelven en una sola huella
desatada al amanecer. La vida llega muy temprano al mercado que nos encontramos
en la calle 12 ofertas que van y vienen
encontrando eco en los compradores que van mezclados con la multitud,
agazapados, esperando la oferta del día para llevarse el botín. “Estos tiempos de hambre que obligan a la
venta”, Sonidos de ciudad, indefinidos por los académicos pero poblados de
hombre; música de otras latitudes que
huele a bazar turco y a regateo paisa.
Zambullirnos en las madrugadas de la minúscula plaza, es
volver a los amaneceres en el canto repetido de los gallos, cuando el trepidar
de la leña seca estalla en el oído de los somnolientos y hace borbotear el
café; es sentir el ruido de los peones despertando a la faena; el primer
ladrido de los perros: un ritual heredado a través de todos los tiempos y que
permanece incólume en las memorias y en todas las haciendas de la región; es
regresar a lomo de mula en los recuerdos
y hurgar en lo más íntimo de nuestros ancestros para tratar de recomponer la
historia y no olvidar nuestras raíces hechas a golpe de machete y hacha por las viejas calles de la candelaria, el eje de todo
nuestro mundo conocido; por este camino
llegamos al centro mismo del universo
donde el hombre se confunde lentamente con el sonido de la primavera en
una sola fiesta : La Plaza de Bolívar ,
última querencia urbana de Bogotá en los límites de la cordillera de los andes.
Karlos Osorio.
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