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¿Qué nos
hace humanos?
Sin duda, y cuando menos,
la adquisición, hace unos 200.000 años, de una capacidad exclusiva de
cultura. Emergió entonces un proceso evolutivo acelerado, que desde hace unos
60.000 años impulsó a los humanos modernos a buscarse la vida fuera de
Africa. Agrupados en pequeñas sociedades tribales, ocuparon y reconfiguraron
el mundo en unas cuantas decenas de miles de años. Con esa facultad
sobrevenida al primate, la transmisión de tecnología y destrezas nos aseguró
la supervivencia. Y nos hicimos sociales a través del robo visual y la
apropiación de las ideas de los demás. La necesidad de transacción y
compromiso instó la evolución del lenguaje. La cultura se convirtió en
estrategia de supervivencia. Nuestra capacidad de aprender de los otros y
transmitir y construir sobre conocimiento, técnicas y habilidades
constituyeron el mecanismo para explotar nuevas tierras y recursos. Cualquier
otra especie permanece anclada al entorno al que se hallan adaptados sus
genes. Aunque algunos animales parecen contar con lo que pudiéramos llamar
una tradición cultural (cascar nueces, esconder comida, servirse de palos),
no evolucionan ni se depuran con el tiempo. Tras millones de años, seguirán
recurriendo a las mismas técnicas. En cambio, las sociedades humanas
evolucionan firmemente a través de una adaptación cultural acumulativa.
Nuestro conocimiento, habilidades y tecnología van engarzando mejoras y
multiplicándose en su variedad,. Se escoge entre las formas existentes, se
modifican y se combinan para crear otras nuevas.
Nuestra capacidad de cultura descansa sobre dos
bloques que, tomados juntos, crean un hiato insalvable entre nosotros y el
resto de las especies: el aprendizaje social y la teoría de la mente.
Mediante el aprendizaje social podemos desarrollar nuevos comportamientos con
sólo observar a los demás; con nuestra teoría de la mente podemos atribuir
estados mentales a los otros, lo que nos permite adivinar o conocer sus
motivos. Podemos, pues, copiar las acciones, ideas o invenciones que nos
aseguran los mejores resultados. La base biológica de semejante salto evolutivo
reside en las neuronas espejo y su función. Sin ellas no cabe imitación, ni
aprendizaje, ni transmisión cultural de habilidades. Por hiperdesarrollo de
las neuronas espejo, la evolución convirtió la cultura en nuevo genoma. La
cultura se convirtió en una nueva fuente de presión evolutiva, que ayudó a
seleccionar los cerebros que portaban mejores sistemas de neuronas espejo y
el aprendizaje imitativo asociado con ellas. El resultado fue uno de los numerosos
efectos de bola de nieve que culminaron en el Homo sapiens, el
primate que miró dentro de su mente y vio el cosmos entero reflejado en ella,
escribe V. S. Ramachandran
José María Valderas, Yo Sináptico, Scilogs,
Investigación y Ciencia.
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domingo, 15 de abril de 2012
La Cultura, nuevo Genoma (14/04/12)
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