A los intereses
inconfesados de la política le servía la división.
Bajo el volcán, Manizales
cambia. Pasó de ser un bosque de niebla a un solo incendio por la noche. En
menos de cuatro años, tres veces tuvo que arder… para resurgir como ciudad
republicana. Manizales cambia. Bandadas de palomas al amanecer se toman las
calles donde horas antes había rondado la muerte. De las pequeñas atalayas que
la policía instaló en cada esquina sólo el aire, el agua y un poco de sol hace
presencia… y debajo, los carros sobre la gente. La mayoría se queda, como ellos
dicen, “varados” en el Parque Caldas, entre mendigos y vendedores ambulantes,
donde la iglesia de la colonización antioqueña los bendice.
Pero hay quienes cantan,
escondidos, allá en el otro Chipre, en Chipre Viejo. Sus casas de piedras de
“maní” guardan un templo cultural: el Teatro El Escondite, donde se danza a
cántaros. Yolanda Árias y el poeta Uriel Giraldo albergan en su sala alterna
agrupaciones de todo el país y aún del extranjero. Aunque nos separan pocos
kilómetros, la distancia política es marcada por una tradición que se hace
traición. Sin la cultura, lo que denominamos “Paisaje Cafetero”, sería un
apelativo vacío.
Salgo entonces, después de
un café, a contar las calles- en su doble sentido-, las 48 manzanas del centro,
con sus 180 edificaciones declaradas como Monumento Nacional.
Por esta senda sutil e
indirecta, emerge de mí la herencia materna ¡Colina siempre iluminada!
Neo-clásica, neo-gótica, neo-renacentista donde se confunde la neblina del Ruíz
con la del Tolima, y ésta con la del Santa Isabel. Después, bajo la regia
Catedral Basílica de los reyes de Manizales, con su estructura de bahareque y
ferro-concreto, dejarla caer sobre mí, con sus casi 20 mil toneladas y ya
asfixiado por los 5 mil fieles que nunca albergó, supe, sin preámbulos, por qué
el Bolívar del maestro Rodrigo Arenas Betancourt quiso salir volando: tanto
amor por la oscuridad medieval es insoportable.
Supe también que aquellos
fragmentos de vitrales del mundo reflejaban una sociedad sin luz, sin
identidad. Sólo me detengo un momento, a riesgo de perecer a manos de la
inquisición. Voy a Chipre Viejo a apacentar las nubes que se pierden entre las
montañas a lo lejos. Aquí nació mi señora madre, debió irse para nunca volver.
Hay algo en la violencia que no se olvida. Paso el Palacio de Bellas Artes,
llego a Las Aguas. Manizales cambia. Sus esculturas ahora en equilibrio
perpetuo, bajo la lluvia, se adhieren como estampitas a mi corazón. Sin duda el
arte une, no con la mano del político o la cruz del cura, sino con el abrazo
que trenza los cuerpos.
Llego al fin. La puerta
entreabierta deja escapar carcajadas, aplausos. Poetas de todo el país, niños
de todas las edades, se han dado cita esta noche en el Teatro El Escondite. Ya
el rechinar de las bisagras anuncia al viajero. El gran salón iluminado por
completo los desdibuja
Por Alan González Salazar, Escritor Pereirano.
Por Alan González Salazar, Escritor Pereirano.
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